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LA EDICIÓN DE LA REAL ACADEMIA-IBARRA DE 1780 por Alfredo Alvar_Ezquerra
La Edición de promovida por la Real Academia Española y realizada por Ibarra (o Ybarra) de 1780 marca un antes y un después en la larga lista de ediciones del Quijote. Es verdad que muchas impresiones, por unos motivos o por otros, tienen un rasgo que las caracteriza. Sin embargo esta de 1780 es, junto a la princeps (la edición primera) de 1605 y de 1615, la más importante, a los ojos de muchos: en ella se aúnan la calidad técnica, la profusión de grabados y la exaltación del Siglo de Oro en la Ilustración.
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(Imagen cedida por el Centro de Estudios Cervantinos) |
La edición de Ibarra fue una gran obra institucional, auspiciada por la Corona (Carlos III), apoyada por el ministro Grimaldi, financiada por la Real Academia Española. Cuando se empezó a trabajar en el proyecto (1773), en España se vivía con intensidad la búsqueda de la autoexaltación nacional, el renacimiento de los momentos más gloriosos de los siglos XVI y XVII y la exhibición al mundo de aquel gran pasado, la capacidad de realizar enormes proezas técnicas y reivindicar el papel nacional en la cultura europea.
Cuando Masson de Morvilliers publicó en el vol. I de la Encyclopedie Methodique (1782)la famosa pregunta “Qué se debe a España”, Mais que doit on à l'Espagne? Et depuis deux siècles, depuis quatre, depuis dix, qu'a-t-elle fait pour l'Europe?, no hacía más que coronar un camino trazado desde tiempo atrás de menosprecio de las capacidades españolas. Si críticas había habido con anterioridad, desde el siglo XVI y en la cultura francesa por el propio Montesquieu, acaso la potencia política del Imperio no se había preocupado de enfrascarse en una guerra de propaganda. Sin embargo, ahora, en el siglo XVIII, perdida la preeminencia en el concierto de las naciones, se puso en marcha la orquesta de la defensa intelectual nacional. Alrededor de 1775-1785 estaba en sus máximos.
Uno de los resultados de aquel estallido de orgullo patriótico, no exento de autocríticas acaso demasiado derrotistas, fue esta edición de Ibarra.
En aquel último cuarto del siglo XVIII, a grandes rasgos, el mundo de las ediciones de El Quijote estaba dividió en dos: las impresiones de alta calidad de Francia, Flandes e Inglaterra; las de paupérrima calidad, normalmente con alguna xilografía toscamente insertada, que eran las que se producían en España. |
Uno de los resultados de aquel estallido de orgullo patriótico, no exento de autocríticas acaso demasiado derrotistas, fue esta edición de Ibarra.
En aquel último cuarto del siglo XVIII, a grandes rasgos, el mundo de las ediciones de El Quijote estaba dividió en dos: las impresiones de alta calidad de Francia, Flandes e Inglaterra; las de paupérrima calidad, normalmente con alguna xilografía toscamente insertada, que eran las que se producían en España.
Sin embargo, en 1771 Ibarra dio el primer aviso al editar un Quijote en 4 tomos, de excepcional calidad.
Una década después daba por concluida la revolución de las ediciones del Quijote. La obra de Ibarra de 1780 fue, es y seguirá siendo, un monumento de la tipografía española. El proyecto empezó en 1773.
En efecto, en un memorable discurso el académico de número de la Real Academia, Don Vicente de los Ríos, caballero de Santiago y capitán del Real Cuerpo de Artillería, leyó ante los académicos su “Elogio histórico de Miguel de Cervantes”. Aquel discurso revolvió conciencias. Se escribió al rey proponiéndole la impresión de una magna edición de la obra de Cervantes y el 12 de marzo de 1773 Carlos III, por mano de su Secretario de Estado Grimaldi respondía que “ha merecido la mayor aceptación y aplauso del rey el pensamiento de imprimir la Historia de don Quijote, tan correcta y magníficamente como V.S. me expresa en su papel”.
La imprenta seleccionada fue la de Joaquín Ibarra. Él había nacido en Zaragoza, 1725 y murió en Madrid, 1786. Fue impresor de la Real Academia Española desde 1779, impresor Real e impresor del Consejo de Indias. La base de su éxito estuvo en la calidad de sus ediciones de obras litúrgicas y de oración, logrando quebrantar el monopolio de Plantino (Amberes) que tenía desde los años 60 del siglo XVI. En los talleres tipográficos de Ibarra había 16 prensas con un centenar de operarios. Mientras él vivió, editó 443 obras. A su muerte, fueron su viuda e hijos los que regentaron el negocio hasta su cierre en 1836. En esta segunda fase imprimieron otros 350 libros (según autores llegó a imprimir 2.500 títulos) Por sus tórculos pasaron las obras completas de Mariana, ediciones de los clásicos (la de Salustio fue usada como regalo de Estado), el Diccionario de la Real Academia y así sucesivamente. El propio Ibarra preparó un Mecanismo del arte de la imprenta que aunque no lo llegó a publicar, fue impreso por José Sigüenza en 1811.
¿Cuáles eran los problemas mayores que se tuvieron que solventar, o qué los grandes retos que había que alcanzasr?
Para empezar, como siempre ocurre con una edición literaria había que “fijar el texto” de acuerdo a las ediciones de 1605-1615 (o de los propios criterios de Don Quijote cuando dialoga con Sancho sobre las enmiendas necesarias, errores u omisiones de la I Parte) y evitar las impurezas que se habían ido asentando a lo largo del tiempo y de las ediciones más recientes.
En segundo lugar, se diseñó un cuerpo de letra nuevo, el “Ibarra”, que obviamente nunca antes se había utilizado: se fundieron todos los tipos (la historia de los cuerpos de letra es una fascinante disciplina de la historia del libro y de la cultura). El diseñador fue Jerónimo Antonio Gil, personaje de vibrante carrera profesional en España y Méjico, donde murió.
En tercer lugar, se fabricó papel ex profeso para esta edición: no se compraron resmas almacenadas en Génova, como era lo habitual, o en el monasterio de El Paular (cerca de Madrid) como se hizo en 1605, sino que se encargó la confección específica.
En cuarto lugar, se hizo un ingente esfuerzo iconográfico tanto en las imágenes que ilustraban los episodios de la azarosa vida de Don Quijote, sino también en los elementos decorativos que se usaron con profusión y especial cuidado.
Así que la Real Academia Española se ocupó institucionalmente de seleccionar los episodios que debían ir acompañados de ilustración así como cada uno de esos adornos tipográficos y su colocación. Nada se dejó al azar: la de Ibarra era una empresa nacional.
Ahora bien, el tiempo que pasa, el dinero, alguna disensión o la muerte de alguno de los promotores fueron nuevos obstáculos. De las 67 láminas previstas, sólo salieron 32, no obstante dibujadas por los más eminentes maestros del momento y grabadas por los mejores artesanos. Se contó con las directrices de la Real Academia de Bellas de San Fernando para que designara a los más indicados. La Academia de Bellas Artes cooperó hasta 1780 en que solicitó, incluso, no aparecer ni en el prólogo de la obra.
Efectivamente, la calidad tipográfica y el despliegue artístico son los referentes de esta edición.
Se buscó la veracidad histórica de las imágenes, huyendo de las ilustraciones anteriores, a veces fabuladas y fabulosas, a veces de pobre factura. Por tanto, a los dibujantes se eles exigió calidad costumbrista, que los trajes, los utensilios, “las cosas”, los arreos de los animales y las armas se inspiraran en las colecciones de la armería de Palacio, en los cuadros del Buen Retiro, en los de las colecciones reales o donde fuera menester.
Así pues, los autores lograron con éxito reelaborar el tiempo de Cervantes. Dos de los pintores más importantes de la segunda mitad del siglo XVIII, académicos de San Fernando, Antonio González Velázquez y Andrés de la Calleja, revisaron el retrato del “Manco Sano” que debía decorar la edición. Estaba dibujado por José del Castillo inspirado en un retrato anónimo del siglo XVII. Por cierto: Castillo entregó fuera de plazo y de presupuesto sus colaboraciones, así que se prescindió de sus servicios (1776).
Aquel hecho marcó una segunda fase de dibujos para la edición. Entonces se contó con muchos más: Antonio Carnicero, haría diecinueve escenas, pero colaboraron también en esa segunda etapa otros pintores y dibujantes de la misma generación, como Bernardo Barranco, con dos dibujos, José Brunete, Gregorio Ferro y Jerónimo Antonio Gil, con uno cada uno, mientas que el arquitecto Juan Pedro Arnal realizó el frontispicio para los volúmenes III y IV.
A Tomás López y a Vicente de los Ríos se encargaron el mapa de los viajes de don Quijote y de La Mancha
Los dibujos se pasaron a los grabadores. José Joaquín Fabregat, realizó siete (uno de ellos sobre dibujo de Goya, el de la aventura del rebuzno. No se conserva el dibujo original y además, no se ncluyó en la edición y no sabe por qué. Goya a lo largo de su vida, reflexionó mucho más sobre hombres y… burros); Francisco Muntaner seis; otros siete Fernando Selma; cinco Joaquín Ballester; tres Manuel Salvador Carmona; dos de Juan Barcelón; otros dos Pascual Moles y uno de Jerónimo Antonio Gil, más el frontispicio para los dos últimos tomos, obra de Juan de la Cruz.
“El Quijote de Ibarra”, que salió en 4 volúmenes también, fijó el texto que se reprodujo sin cambios a lo largo del siglo XIX, en que las nuevas investigaciones cervantinas propusieron otras enmiendas. Fue el Quijote más difundido por Europa. Del Ibarra se hicieron reediciones en 1782, 1787 y 1819.
Como colofón, querría editar las instrucciones que se dieron a Jerónimo Antonio Gil para realizar su dibujo que debía representar la escena de “don Quijote vence al Caballero de los Espejos” (Quijote II, 14), que será grabado en 1779 por Fernando Selma (editadas por Lucía Megías:
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(Imagen cedida por el Centro de Estudios Cervantinos) |
Se figurará un bosque de árboles altos y gruesos; y en un llano competente estará D. Quijote a pie y armado poniendo la punta de la espada desnuda sobre el rostro del Caballero de los Espejos, que es el Bachiller Sansón Carrasco, el cual estará tendido en el suelo junto á los pies de su caballo, en ademán de haber caído por las ancas; tendrá la visera levantada, de modo que se le descubre toda la cara, y se descubra que el Dr. Sansón, cerca del cual estarán como arrojados en el suelo su escudo y su lanza. Sancho estará junto a su amo mirando con mucho cuidado y lleno de admiración al escudero del Caballero de los Espejos, el cual estará puesto de rodillas en ademán de suplicar a Sancho y D. Quijote, tendrá en una mano la montera y en la otra una máscara con unas narices desproporcionadamente grandes, corvas y llenas de verrugas y le estará enseñando a Sancho. No lejos de D. Quijote estará Rocinante ensillado y arrimado a él el lanzón feo al modo de Rocinante: por entre los árboles se dejará ver el Rucio paciendo junto con el caballo del otro escudero. El caballero de los espejos estará armado con la misma armadura que D. Quijote y sobre la celada se le pondrá un plumaje grande: encima de las armas tendrá un casacón o sobre todo de tela de oro sembrado de lunas pequeñas de cristal: el traje de su escudero será al modo del de Sancho. |
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RECURSOS ELECTRÓNICOS:
Lucía Megías, J. M., dir., Banco de Imágenes del Quijote: 1605-1905 (QBI): http://www.qbi2005.com.
Alfredo ALVAR EZQUERRA
(Granada, 1960).
Especialista en la España del Siglo de Oro y en concreto en el Humanismo y en Historia de Madrid, ciudad y Corte.
Profesor de Investigación en el Instituto de Historia del CSIC y Profesor Asociado en la Universidad Complutense de Madrid.
Académico Correspondiente de la Real Academia de la Historia (desde diciembre de 2004)
Ha sido Vocal Asesor de la Presidencia del CSIC (marzo 2003-septiembre 2004).
Coordinador de las voces de Historia de la Gran Enciclopedia Cervantina (12 volúmenes en preparación, de los que ya han salido los seis primeros, ed. Castalia, desde 2005).
Asimismo dirige la Historia de España de la Editorial Istmo (20 volúmenes, 18 editados ya) y codirige los Cuadernos de Historia de Arco Libros (100 monografías publicadas).
Ha organizado más de una docena de congresos nacionales y/o internacionales; ha presentado más de medio centenar de ponencias invitadas; ha dirigido más de cincuenta Cursos o Ciclos de Conferencias (una cuarentena en la Real Sociedad Económica Matritense de Amigos del País, fundada en 1775, institución de la que es Vocal de la Junta Directiva y Director de la Revista Torre de los Lujanes desde diciembre de 2008); ha impartido más de setenta conferencias; dirige un equipo de investigación del CSIC (“Humanismo y Siglo de Oro: una historia social”; ha publicado casi un centenar de artículos (de carácter científico) en revistas nacionales o internacionales y ha editado como autor o coordinador más de 25 libros, de entre los que destacamos, en los últimos años, los siguientes:
La caza del rey. Monterías, lances y angustias (siglos XVI-XVII), La Trébere, Madrid, 2001, 96 pp. Isabel la Católica. Una reina vencedora, una mujer derrotada, Temas de Hoy, Madrid, 2002, 341 pp., 1º ed: mayo de 2002; 2ª ed.: junio de 2002; 3ª ed. Enero 2004.Creyentes y gobernantes en tiempos de Felipe II: la religiosidad en Madrid, Consejería de las Artes, Comunidad de Madrid, 2002.Cervantes. Genio y Libertad, Temas de Hoy, Madrid, 2004, 470 pp., 2ª ed. enero 2005. Con don Antonio Domínguez Ortiz, La sociedad española en la Edad Moderna, eds. Istmo, Madrid, 2005, 432 pp. Con Gonzalo Anes y otros: La economía española en la Edad Moderna, eds. Istmo, Madrid, 2006, 639 pp. El cartapacio del cortesano errante. Los traslados de Corte de 1601-1606. Ayuntamiento de Madrid, Madrid, 2006. 230 pp. y facsímiles. Obsequio institucional del Alcalde Madrid. Cuatro mil kilómetros tras las estelas de El Cid. Alegrías y turbaciones de un cuarentón, Iberia Cards, Madrid, 2007 (Regalo institucional).
Bajo su dirección se han defendido cinco Tesis Doctorales (todas calificadas con la máxima puntuación) y en la actualidad dirige otras tres.
Forma parte de varios consejos asesores o de redacción de varias revistas científicas: Cuadernos de Historia Moderna, Hispania, Cuadernos de Estudios Gallegos.
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